Jametz

La camioneta se sacudía con violencia. Así pasaba con las camionetas que se movían en la ciudad durante la madrugada, al borde de infringir el límite de velocidad. Amok maneja siempre muy tranquilo cuando hace las entregas de la panadería pero hoy comienza Pésaj. En la cabina está él, vestido de negro como todo el resto del grupo. Al lado está Mara, con el pelo recogido en un rodete para no tener ningún problema durante los operativos de extracción. En la caja de la camioneta, algo incómodos, están Kinor, Nazir, Sara y Zuria.

La matzá puede elaborarse con harina de trigo, de avena, de centeno, de cebada o de espelta. Está prohibido fermentar la masa. Nada de levaduras ni bacterias lácticas. La moda de la masa madre debe suspenderse durante la pascua. Ya sé, estás pensando que podés guardar tu masa madre en la heladera porque lo más probable es que aguante bien 8 días. Pero la masa madre es una fuente, quizás interminable, de jametz. Y el jametz está prohibido.

Esperar que la gente cumpla con ciertas tradiciones en este siglo de desmemoria y mínimos períodos de atención es de una ingenuidad superlativa. El grupo comando de la panadería es parte de la solución del problema. La camioneta sigue sacudiéndose hacia su primer destino. Claro, no es la única camioneta circulando por la ciudad, se trata de un ataque feroz y coordinado que espera atacar unas 300 panaderías. Kinor, Nazir, Sara y Zuria tienen sus ametralladoras cargadas. Mara tiene listas las bombas de humo.

La frenada produce un ruido terrible. Mara salta de la camioneta y abre la puerta de la primera panadería con una violencia de película. Lanza la primera bomba de humo. Las puertas de la caja de la camioneta se abren. Kinor es el primero en ingresar al local. Todos al suelo, grita con voz de ladrón de bancos. Los empleados de la panadería están aterrados. Cierran los ojos con fuerza y esperan no morir en ese rato. Escuchan ruidos pero no ven nada, porque cerraron los ojos. Parece haber bolsas. Los asaltantes están agarrando cosas. Zuria mira a Nazir a los ojos. No te lleves los alfajores de maicena, le indica.

Cuarenta y tres segundos. Sería un indiscutible record olímpico si no fuera porque los asaltos no están entre las disciplinas deportivas mundialmente aceptadas. Arriba, grita Amok. Se escucha el ruido de las cubiertas de la camioneta, que empiezan a girar más rápido de lo que deberían. Un poco más de humo blanco en la escena. Pasan veinticinco segundos más. El silencio, o lo que se puede llamar silencio en el medio de la ciudad, ya se escucha en la panadería. El encargado del local sigue con los ojos cerrados. Es Martina la primera que se anima a abrir los ojos.

La caja registradadora está ahí. El efectivo está ahí. La computadora, el controlador fiscal y los alfajores de maicena están ahí. Lo demás ya no está. Las figazas, el pan de hamburguesa, el pan dulce que nadie se llevo en navidad, los sánguches de miga, el pan de molde fermentado en frío durante dos días. Todo desapareció. Se escuchan gritos y nuevas bombas de humo. Hay una panadería a dos cuadras. Martina se ríe porque no sabe qué otra cosa hacer. Agarra un alfajor de maicena y lo muerde con ganas, porque total el encargado sigue sin animarse a mirar qué pasó. En la panadería ya no hay jametz.